( un extracto del libro Agua Fresca en los espejos)
"...Cuando la ducha termina, debería sentirme mejor, pero no puedo. Por más que trate, no puedo. Sé que esta no será la última vez de un baño compartido, y en esa certeza se esfuma cualquier contento o alivio que pueda sentir por ahora. Estoy consciente también, de que mis únicos contactos con el cuerpo de mi papá serán golpes o "esto".
"Esto" que resulta lo más cercano que conoceré a una expresión física de efecto entre padre e hija.
Mi papá abandona el baño después de la ducha y todo huele a Old Spice y verguenza. A veces lloro, pero rápido, y me apuro en repetir mi rutina de limpieza. Esta vez soy yo quien la conduce, yo quien elige con qué, donde y a qué ritmo. Hago gargaras cuidando de no meter mucho ruido ni chapotear fuera del lavatorio. Labo mi cara con delicadeza, pero evito mirarla en el espejo del botiquín. Luego, las manos. En otras ocaciones termino encaramada sobre el bidé y paso una esponja y agua fresca sobre algo que siempre termina siendo mas cercano al alma que al cuerpo que lavo. Pero limpia por mi propia mano, sin saber ni cómo, ese algo vuelve a ser mío.
Abro la puerta y salgo al pasillo. Me sorprende la luz que entra por todas las ventanas del departamento y me toma por un momento desencandilarme y regresar al mundo.
A veces, mi nana me espera afuera y cepilla cariñosamente mi pelo, me abotona correctamente la blusa o la parte de arriba del pijama y me ofrece jugo de fruta fresca: naranja con zanahoria o manzana. Me dice que vaya a hacer mis cosas y continúa con su trabajo..."
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